La transformación voluntaria y activa de los comportamientos y actitudes de los ciudadanos en dirección a la ley, sin duda viene siendo un reto para nuestra sociedad. Precisamente en esta coyuntura, donde pareciera que llegamos a un punto álgido donde no entendemos que debemos cumplir ciertas reglas sanitarias y de distancia social- pareciera que no tenemos bien interiorizada la costumbre de cumplir la norma y se actúa de acuerdo a nuestros propios intereses sin la debida empatía que implica ver el derecho del otro.
Cuando se trata de cumplir las reglas, generalmente seguimos uno de estos tres mecanismos: se cumple la norma por temor al rechazo social, cuya acción opuesta – de cumplirla– sería el reconocimiento de la sociedad por una buena acción realizada, segundo por temor a la culpa y esto ocurre en la conciencia propia del individuo cuya arista positiva sería la auto gratificación, y finalmente por temor a la sanción legal, es decir el castigo o la multa que implicaría incumplir alguna norma. En una situación de crisis y en pleno estado de emergencia ¿Qué mecanismos nos gobiernan o nos regulan más? Saber si somos sujetos morales, culturales o legales en algún grado mayor o menor es una pregunta que se intenta responder desde la ciencia social, sin duda aportará a la hora de aplicar la política pública ¿Los peruanos obedecemos por las buenas o por las malas?
El escenario ideal se da cuando los sistemas regulatorios formales e informales se logran alinear, es decir cuando aquellas regulaciones impuestas por la misma cultura no se contradicen mucho con las regulaciones de la ley, y de esa manera se evitan elevados costos (costos de transacción) a los que conlleva llegar a un acuerdo. En este caso un acuerdo entre la sociedad y las normas aplicadas por el Estado. Por ejemplo si fuéramos capaces de cumplir la norma o una simple recomendación de una autoridad política, técnica o científica en pro de salvaguardar nuestra salud, no sería necesario los costos de colocar a miles de policías y parte del Ejército Peruano intentando que cumplamos lo establecido, o mejor aún, quizá no sería necesario un Estado de Emergencia que haga que por obligación debamos quedarnos en casa. Sino que, incluso de manera voluntaria tomaríamos tal decisión porque sabemos que sería lo conveniente. Pero ocurre lo contrario. Los comportamientos de quebrantar las normas han sido demasiados y hasta a veces pareciera que no nos importa.
Que la mayoría de los ciudadanos respeten la ley sin la presión al castigo ¿Será una quimera difícil de alcanzar? Bueno sería lograr un sistema de regulación cultural y voluntaria, que no sacrifique la libertad. Donde los ciudadanos empoderados e informados seamos capaces de tomar decisiones adecuadas para salvaguardar nuestra vida y la de los demás. Así, esta crisis nos hace pensar en quién recae el liderazgo. Si dejamos este liderazgo sólo en las manos del Estado sin que el ciudadano asuma su responsabilidad puede que nos cueste mucho en el futuro. De seguro a nadie le agradaría un ente que vigile nuestro correcto comportamiento o una vigilancia centralizada y castigos severos. Sin embargo esto no es lejano, dado que algunos gobiernos en su afán de batallar contra el COVID-19 ya han desplazado herramientas de vigilancia hacia sus ciudadanos.
Los algoritmos estatales y la inteligencia artificial al servicio del gobierno no son ideas descabellada ni lejanas. Esperemos pues ese liderazgo de asumir la responsabilidad por nuestro bienestar y por el bien común, un primer paso podría ser tener conciencia de que de mis actos. Decía Alejandro Magno “de la conducta de cada uno depende el destino de todos”.
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