Hace algunos años mientras ejercía un cargo directivo en una organización privada llegó un especialista en marketing a reforzar la gestión de la empresa y entre sus “pergaminos” que nos enrostraba cada vez que podía estaban sus amistades, el dinero que gastaba en el almuerzo y sus estudios y docencia en las mejores universidades limeñas.

Al poco de conocerlo percibí su grandes limitaciones que solo eran compensadas por el tamaño de su ignorancia y torpeza al actuar. Sin embargo, fue contratado como el gran salvador y gurú a quien teníamos que escuchar para mejorar los indicadores de gestión en materia de ventas.

Por el rol que asumía entonces me propuse sacar lo mejor de él, sin embargo el pasar de los meses, para nuestra mala fortuna y la de él mismo, mostrarían que los resultados esperados jamás llegarían. Al verse en este escenario no encontró mejor manera de justificarse que lanzar barro con ventilador a todos cuanto pudiera, además de magnificar sus acciones.

Uno de aquellos días organizamos una cena con interesantes líderes cusqueños para conversar asuntos económicos que permitieran mejorar la calidad de las decisiones y una característica de estos era que además de asuntos económicos y empresariales tenían también una amplia formación en otros campos como la historia, sociología y otros relacionados que permitían análisis holísticos más acertados. Al ver esta situación Carlos decidió exhibir sus conocimientos, entonces levantó la voz y dirigió lentamente su dedo acusador a un retrato en la pared del restaurante y dijo: “Ahí está el fundador de Sendero Luminoso”. Todos volteamos rápidamente a ver la imagen, mientras él decía: ¡Mariateguí! Luego de lo cual, el silencio se apoderó de todos los que ahí estábamos, debido a que el retrato correspondía a Cesar Vallejo.

Carlos era un especialista sin ética, conocía bastante de marketing y podía ser útil para la organización en la medida que estuviera encapsulado y alejado de temas y personas que eran ajenos a su competencia y funciones; caso contrario el daño que ocasionaba era mayor que los beneficios que aportaba.

La misma sensación que entonces me generaba Carlos ahora me la genera Donald Trump cuyas limitaciones son solo comparables con su soberbia. El presidente de la mayor potencia mundial es un líder político obsoleto y nada apropiado para los retos que su nación y el mundo requieren para enfrentar los problemas del siglo XXI.

Un buen líder político no solo debe ser eficaz y efectivo en el logro de los objetivos –condición necesaria pero no suficiente-, sino también debe ser capaz de liderar a la nación y ello requiere de una formación holística que le permita ponderar adecuadamente los retos y comunicar eficazmente el desafío y las acciones que deben asumir los ciudadanos.

Ha pasado casi un siglo desde que Albert Einstein dejo una frase de antología: “Dar el ejemplo no es la principal manera de influir en los demás, es la única manera”.

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